viernes, 21 de noviembre de 2014

Un interrogatorio en la farmacia

Por estas fechas, hace poco más de once años, empezó mi andadura profesional en el mundo de la farmacia. No me avergüenza decir que, nada más entrar en la Facultad de Farmacia, a lo que menos pensaba que me iba a dedicar era a la Farmacia Comunitaria. Es más, mis pensamientos eran del tipo “que horror, detrás de un mostrador vendiendo cajitas”. De eso nada, yo me veía más con mi bata blanca en un laboratorio o en un hospital analizando datos e “investigando”. Para mí eso me parecía mucho más apasionante que ser “vendedora”. No podía estar más equivocada.

Al acabar la carrera estaba bastante harta de estudiar y hacer exámenes. Y me lancé al mundo laboral. Probé varios campos, entre ellos la visita médica e incluso me planteé la opción de irme fuera de España, hasta que al final acabé detrás de un mostrador. Cuál fue mi sorpresa cuando este mundo tan apasionante (al menos para mí) se abrió ante mis ojos. Yo no era una vendedora, no señores. A mí acudía la gente en busca de asesoramiento y consejo. Pero, ¿qué consejo iba a dar yo si estaba recién salida del horno? ¿Con qué criterio podía yo decirle a alguien lo que debía tomar y cómo? Estaba claro que con mi súper título de farmacéutica en la mano, no estaba preparada para ello. Por eso decidí que había que formarse más y que el mundo de los estudios no se acababa con el hecho de conseguir un título universitario, tenía que seguir con mi formación.


El mundo de la Atención Farmacéutica empezaba a mostrarse como la solución a mis plegarias, y me lancé a él con los ojos cerrados. Recuerdo aquellas primeras clases en el COFM de la mano de mi gran amiga y compañera Raquel Varas. Poco a poco fui aprendiendo, gracias a los Planes Estratégicos de Atención Farmacéutica del CGCOF, en que consistía realmente la Atención Farmacéutica y cómo debía llevarla a cabo. Supongo que conocéis perfectamente estos PEAF, pero si por un casual no los conocéis, os animo a todos a participar.

Una de las primeras cosas que aprendes en estos cursos es que la Dispensación, tal y como la conocemos, es mucho más compleja de lo que pensábamos. De hecho, en Atención Farmacéutica no se habla de Dispensación solamente, sino de “Dispensación Activa”.

La Dispensación se define como el Servicio profesional del farmacéutico encaminado a garantizar, tras una evaluación individual, que los pacientes reciban y utilicen los medicamentos de forma adecuada a sus necesidades clínicas, en las dosis precisas según sus requerimientos individuales, durante el periodo de tiempo adecuado, con la información para su correcto proceso de uso y de acuerdo con la normativa vigente.

En la “Dispensación Activa” la actuación del farmacéutico se centrará en:
  • El paciente
  • Los medicamentos solicitados
  • Verificar que el paciente conoce la medicación y su indicación
  • Realizar el proceso asistencial
  • Registrar la actuación

Este proceso se llevará a cabo estableciendo un diálogo con el paciente con el fin de recabar toda esta información. Para ello se formularán las siguientes preguntas:
  1. ¿Para quién es el medicamento?
  2. ¿Es la primera vez que lo toma?
  3. ¿Sabe para qué se utiliza?
  4. ¿Sabe cómo tomarlo?
  5. Complementariamente se verificará que el medicamento no es inadecuado con otros tratamientos, con otras enfermedades y con el estado fisiológico general del paciente.    

¿Por qué os estoy soltando todo este rollo que es de sobra conocido por todos vosotros? Muy sencillo. En mis primeras clases de Atención Farmacéutica me aprendí muy bien la lección y me fui directa a la farmacia para aplicarlo cuanto antes.

Y ahí me encontraba yo, detrás del mostrador con la mejor de mis sonrisas dispuesta a recibir a todos mis pacientes y a aplicarles una “Dispensación Activa” como Dios manda. En esto que llega la primera de mis “víctimas” (permitidme el símil), y casi sin respirar le solté toda la retahíla de preguntas que me habían enseñado. Estaba súper orgullosa de mi misma por lo bien que lo había hecho (al menos eso pensaba yo) y esperaba con ansia las respuestas de mi paciente. Cual fue mi sorpresa cuando éste me dijo “menudo interrogatorio que me acabas de hacer”. En ese momento se me cayó el alma a los pies y pensé “¿qué ha fallado?”. Yo lo había hecho todo tal y como me habían enseñado (¿o no?).

Pues va a ser que no. Efectivamente la parte teórica la había hecho a la perfección, pero me falló la parte práctica. Tan importante es lo que preguntamos, cómo el modo en que lo hacemos. No debemos olvidar que con un paciente la comunicación ha de ser bidireccional. Debemos preguntar, por supuesto, pero también debemos darle tiempo a que asimile la pregunta y que nos responda. Las preguntas se deben formular siempre en el lenguaje más adecuado al paciente. No es lo mismo hablar con una señora de 80 años, casi medio sorda y con un nivel cultural más bien bajo, que con un ejecutivo de 50 años con muchas más tablas en la vida que una servidora. Hagamos preguntas, sí por supuesto, pero sepamos también como hacerlas.

¿Y todo este rollo a qué viene? Viene a colación de un dato que se extrajo hace unos meses del proyecto REFCOM (para quien no lo conozca aquí os dejo un enlace) que llamó poderosamente la atención. Según este estudio, en el que se ha intentado reflejar la realidad de la farmacia comunitaria, un 78,4% de la población dice que su farmacéutico no le pregunta si se trata de un comienzo de tratamiento o de continuación a la hora de la dispensación de las medicinas requeridas por el paciente. Sinceramente, dudo mucho de esta afirmación. Y por eso os he contado esta situación que me pasó a mi en concreto. Los farmacéuticos preguntan, y mucho. Pero también sabemos hacerlo de una manera muy sutil para no herir sensibilidades. La salud es un tema muy delicado y que pone a la gente (me refiero a los pacientes) en un estado de alerta y a la defensiva muy alto. Por eso es conveniente tener mano izquierda y saber manejar las situaciones. Puede que no te pregunte directamente “¿Sabes para qué es?”, pero ya me encargaré que, de una forma o de otra, consiga esa información. No lo dudes. Porque el farmacéutico comunitario no es un mero dispensador de cajitas. Es un profesional sanitario de tomo y lomo.


Imagen sacada del Blog de El rincón de Linimento

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