Para todos
aquellos que trabajáis cara a cara con el público, vais a saber perfectamente
de que va el post de esta semana. La educación,
una cosa tan sencilla, y lo complicada que puede ser en ocasiones. No estamos
hablando de educación de “alta alcurnia” ni de protocolo ni de modales en la
mesa. En absoluto. Estamos hablando de simple y llanamente un “Buenos días”, “Gracias” y “Adiós”.
Los farmacéuticos nos posicionamos día a
día detrás de un mostrador, con la mejor de nuestras sonrisas y con la mayor de
las predisposiciones para poder dar a nuestros pacientes el mejor asesoramiento
farmacéutico posible. Aunque en muchas ocasiones no estén los ánimos para
sonreír, intentamos sacar lo mejor de nosotros mismos, porque la persona que
entra a la farmacia no tiene por qué pagar los platos rotos de nadie.
Pero al igual
que nosotros estamos dispuestos a hacer “de tripas corazón”, queremos que la
consideración sea recíproca. Es decir, que la persona que entre a nuestra
farmacia venga con la mejor de las disposiciones para que podamos tener un
trato agradable y cordial. Sabemos que esto no siempre es fácil, y más teniendo
en cuenta que la persona que normalmente acude a una farmacia, lo hace porque
sufre un determinado problema de salud. Sin embargo, por experiencia propia, sé
que la gente que peor lo está pasando, muchas veces se muestra mucho más
educada que gente que viene simplemente a comprar una caja de preservativos
(con todos mis respetos a los consumidores de este tipo de productos).
El caso es muy
sencillo. Trata a la gente como quieras
ser tratado. Fácil, ¿verdad? Pues no veáis las situaciones con las que nos
tenemos que enfrentar día a día. Algunas surrealistas. Y otras muchas son para
decirle a la persona en cuestión “ya está bien, ¿no?”.
Yo soy una persona
que suele acudir a hacer la compra diariamente, a los centros comerciales a
comprar productos diversos, a realizar llamadas de teléfono solicitando
informaciones… En todas y cada una de las cosas que hago, intento poner mi
mejor sonrisa y ser lo más educada posible (según mi marido, en ocasiones, me
excedo de educada y me comporto como si yo fuera la farmacéutica de todo el
mundo diciendo gracias por todo…). He de decir que no me cuesta en absoluto, me
sale de forma natural. Es un hábito que estoy intentando inculcar a mi hijo.
Dar los buenos días cuando entras a un sitio, dar las gracias por un servicio
ofrecido y decir adiós al salir. En serio, no es tan difícil y la persona que
te ha atendido, si es una persona medianamente normal, se va a sentir muy
reconfortada.
Sin embargo,
hay gente que te ve detrás del mostrador y se crece, se cree superior a ti.
Como si te estuviera haciendo un favor y tuvieras que agradecérselo
eternamente. ¡Venga hombre! Cierto
que yo te estoy ofreciendo un servicio, pero eres tú el que has venido a
pedírmelo. Así que seamos cordiales y tratémonos como lo que somos, personas
educadas.
Éstas son
algunas de las situaciones con las que me he tenido que enfrentar estando
detrás del mostrador. Leedlas y dadme vuestra opinión, por favor. A lo mejor es
que yo soy una exagerada y magnifico los hechos.
TRAS EL MOSTRADOR
1. Gente que entra y no da ni los buenos días:
vale que algunas personas son muy tímidas (mi marido siempre dice que es muy
tímido y le da reparo hacerse notar), pero estoy segura que muchos de los que
no saludan es por ese grado de superioridad que se creen tener. Vale que lo mío
no cuenta ya que saludo a todo el mundo y si me sé su nombre, me dirijo a él
por ese nombre. Pero ese es mi trabajo, conocer a mis pacientes. Pero incluso
con los desconocidos, con la gente de paso, soy educada.
2. Lo de dar las gracias y despedirse ya es
para nota: no te estoy pidiendo que te arrodilles y me rindas pleitesía. No
hay que pasarse. Sólo te pido una buena cara y un gracias. Venga, va, te
perdono la despedida. ¡Pero un “gracias” no cuesta nada!.
3. Gente que entra a la farmacia hablando por
el móvil: benditos teléfonos móviles que nos han hecho más fácil la vida
(¿seguro?). Podemos estar localizados en todo momento y atender nuestros
compromisos en cualquier sitio. Pero, ¿de verdad no puedes esperar en la puerta
a que termine la llamada? ¿No puedes contestar un poco más tarde o llamar tú a
la persona en cuestión al salir de la farmacia? No, tienes que hablar mientras
yo te estoy atendiendo y, encima, que no se me ocurra molestarte o preguntarte
algo porque me fusilas con la mirada. No te estoy dando cualquier cosa, te
estoy dispensando un medicamento que puede ser crucial para tu salud. Tengo que
hablar contigo, preguntarte varias cosas y asegurarme que ese medicamento es
apto para mí. Así que haz el favor de apagar el móvil y prestarme atención.
Por supuesto
quien dice hablar por teléfono, dice ir leyendo el iPad o eBook, o jugando a la
consola.
4. Gente que entra a la farmacia con las gafas
de sol puestas: reconozco que esto es una manía más que una cuestión
personal. Pero no me inspira confianza hablar con una persona a la que no veo
los ojos. Los ojos son el reflejo de lo que somos. Y a mí me gusta hablar
directamente cara a cara. Otra vez mi marido diría que los tímidos como él, lo
pasan fatal hablando directamente a la cara. Él suele desviar mucho la mirada
cuando habla… Estamos como antes, no todo el mundo es tan tímido.
También puede
darse el caso, como me dijo una amiga mía una vez, que esas gafas sean
graduadas y que si se las quitan no ven “tres en un burro”. Bueno, algún caso
será, pero todos no. Repito, a mí me inspira confianza hablar a la gente a la
cara.
5. Gente que, no sólo no te salud, sino que te
tira, literalmente, las recetas al mostrador: con un gesto de chulería que
echa para atrás. Volvemos a lo de antes. ¿Quién te has creído que eres? ¿Qué me
estás haciendo un favor? ¿Tú has visto lo que valen los medicamentos hoy en
día? Gasto más tiempo y dinero en gestionar tus recetas para que luego, igual
ni las cobremos. No gracias, no necesito tu misericordia.
6. Gente que entra a la farmacia con el perro:
espero que no se me ofenda nadie, sobre todo los que tengáis perro. Pero una
farmacia no es un sitio para que puedan entrar animales. Y al igual que digo
una farmacia, digo una tienda de alimentación, una tienda de ropa o una
cafetería. Lo siento, es una cuestión de higiene. Los perros deben quedarse
fuera. Y no sólo porque la normativa de Ordenación Farmacéutica así lo diga,
sino por sentido común. Sé que vuestros perros están muy limpios,
desparasitados y en perfecto orden. Pero no pueden entrar en la farmacia.
Éstas son
algunas de las situaciones poco educadas con las que nos enfrentamos todos los
días. Sé que hay muchas más y por eso espero vuestros comentarios. Con este
post no he querido ni darme aires de grandeza ni decir lo maravillosos que
somos los farmacéuticos y lo malvados que pueden llegar a ser nuestros
pacientes/clientes. Ni mucho menos. Sólo he querido expresar una disconformidad
con la que tenemos que lidiar casi todos los días. Por regla general, nuestros
pacientes son un encanto y están más que agradecidos por el trato que les
ofrecemos (y todo lo que ellos nos dan a cambio). Pero hay ocasiones en que
viene una manzana podrida y nos estropea todo el cesto. Por eso sólo quiero
haceros reflexionar sobre cómo queremos ser tratados y cómo tratamos nosotros a
los demás.
Puff… Creo que
esta vez me he enrollado bastante. Lo siento, en próximos post intentaré
esquematizar más. Gracias a todos por estar ahí.
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Imagen Mr Wonderful |
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